Sonia Jiménez Vázquez - Escritos



Nuevo párrafo

Hay que comenzar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad.    GABRIEL GARCÍA MARQUÉZ


Los sueños comienzan paso a paso, tienes todo mi apoyo amor.


Confía en ti.

MADRE







Rojo.

Agua.

Frío.

Oscuridad.

Susurros.








Ella se acerca. No puede moverse. Sus dedos le rozan la piel. Su hedor se le cuela en la nariz. Escucha un sollozo miserable. La boca de ella se abre en una sonrisa que parece un gran tajo en medio de su cara deforme y se lame los labios. 








Está perdido.


PRÓLOGO

Jordan Marauder se esconde entre los puestos del pueblo. El corazón le late con fuerza. Corre de un puesto a otro y se agacha, oculto entre los pliegues de las telas. Ni un solo sonido escapa de sus labios. Se asoma, se asegura de que nadie lo ve y sale como una exhalación hacia el puesto siguiente. El poco ruido de que hacen sus viejos zapatos desgastados lo acalla el ajetreo del mercado. Nadie parece reparar en él. Pero Jordan sabe que está a punto de ser descubierto. 


A la desesperada, sale de su escondite y corre tan rápido como puede hacia un oscuro callejón a veinte metros de él. 

-¡No escaparás!


Jordan maldice sin que nadie le oiga y alarga las zancadas. Es alto para su edad y conoce los callejones como la palma de su mano, espera tener ventaja. Sin mirar atrás, tira un par de macetas que encuentra a su paso y vira a la derecha para salir a la calle principal, atestada de gente. 

Los adultos que empuja para hacerse paso simplemente lo siguen con la mirada frunciendo el entrecejo, sin hacer nada para detenerlo. Y aunque eso es beneficioso para él, sabe que no podrá escapar para siempre. 


Se tira al suelo y se desliza por el empedrado bajo un carro. Rueda y sale por el otro lado. Se pone en pie de un salto y corre hacia otro callejón, aún más angosto que el anterior. 


Los muros de los edificios amortiguan el bullicio del gentío y Jordan se detiene tan solo un instante a tomar aire. Se da impulso y trepa por una celosía hasta el alfeizar de una ventana. Está seguro de haber despistado a su perseguidor y sonríe fanfarronamente. Tras unos minutos, saca una reluciente manzana del interior de su jubón y le da un mordisco. El jugo le inunda la boca y le resbala por la comisura de los labios. Mastica con la boca abierta mientras se seca la barbilla con la manga.


Cuando está seguro de que está solo, baja del alfeizar de un salto y pasea por el callejón comiéndose la manzana tranquilamente. El sabor de la fruta marida estupendamente con el de la victoria y el niño deshace el camino pensando qué hará a continuación. Algo bueno para celebrarlo, seguro. Arroja el corazón de la manzana a un lado al llegar a la avenida. El carro sigue en el mismo sitio, pero esta vez no pasa por debajo, sino que lo rodea.

Al hacerlo algo pesado cae sobre él, sobresaltándolo, y se retuerce como un gato tratando inútilmente de escapar.


Unas manos le sujetan firmemente contra el suelo y sabe que no tiene nada que hacer.


-Está bien, está bien… Me rindo…- masculla.


Su captor le coge del pelo y le aprieta fuerte contra los adoquines.


-¡Dilo máz alto!- exige una vocecilla infantil.


-Maldita sea, Alice… ¡Me rindo!


La chiquilla le suelta y se levanta. Se aparta el pelo sucio de la cara y sonríe a Jordan toqueteándose con la lengua el hueco que han dejado sus palas. El muchacho la mira fastidiado mientras se sacude el polvo de las andrajosas ropas.


-Eres una tramposa…


-No ez verdad –Alice se balance sobre sus talones sin perder la sonrisa. –Tengo hambre, Jod-dan.


Jordan suspira y coge a Alice de la mano, internándose en entre la gente. Los transeúntes les ignoran totalmente y no es difícil para el muchacho escamotear una empanada de carne de uno de los puestos más concurridos. La pequeña Alice la recibe con alegría y la devora mientras sigue al chico por la avenida. 


Mientras caminan de vuelta hacia el refugio donde duermen habitualmente con otros chicos, Jordan acelera el paso. Las calles están muy lejos de ser seguras para niños como ellos y con más razón ahora. 


Alice salta de adoquín en adoquín tarareando, ajena a las tribulaciones de su hermano mayor. Pero Jordan no puede hacer caso omiso a lo que se avecina. Los días se acortan y el verano se acaba. Su refugio es poco más que cuatro tablones mal puestos. De nuevo su vida y la de Alice dependerán únicamente de su ingenio. Quizá podrían intentar viajar al sur, como han hecho otros muchachos.


Jordan se muerde el labio mientras enfilan una calle sucia y destartalada. Ya han abandonado el mercado y se internan en la parte más pobre de la ciudad. Ahora ven borrachos y prostitutas en cada rincón, todo el camino huele a orines y un perro callejero les ladra cuando pasan por su lado. Alice se pega a Jordan y su cancioncilla se desvanece. El chico nota el sobrecogimiento de su hermana y toma una determinación. La sacará de este lugar pase lo que pase.

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